miércoles, 12 de marzo de 2014

Yonqui-yayos

Rompiendo las barreras de la percepción a los 80


¿Qué le pasa a la gente con la marihuana? Que alguien me explique por qué le ha dado a todo quisqui por comérsela. Porque lo de siempre, lo católico-apostólico, ha sido fumársela. Quizá inducidos por la locura de Adrià, Chicote, MasterChef Junior o vaya usted a saber quién, hemos decidido que lo guay es combinar cegatones y gastronomía. Así, a lo loco.
Hace tres semanas, 11 universitarios de Madrid se tomaron un pastel con cannabis. No respetaron una norma básica de la repostería —la exactitud en las cantidades— y acabaron todos en el hospital. Uno de ellos, en coma. Aunque, por suerte, la cosa no fue a mayores y no asistimos a una versión fúnebre de Deja sitio para el postre, convendría recordar a nuestra muchachada que la maría no es precisamente el perejil de Arguiñano.
Esta noticia no debió de llegar a Artà, pueblo mallorquín de unos 7.500 habitantes en el que algunos jubilados no juegan a la petanca, ni miran las obras, ni ven Qué tiempo tan feliz, sino que se dedican a hacer cosas impropias de su edad como endrogarse. Según contaba el Diario de Mallorca en una maravillosa crónica merecedora de un Pulitzer, un anciano decidió animar una de las merendolas de jubiletas habituales en un bar del pueblo preparando una especie de happy pizza a la mallorquina. Picó unos cogollitos sobre la coca como quien pone romero y se la sirvió al resto de sus amigos, que al poco de ingerirla empezaron a sufrir —o a gozar, depende de cómo se mire— los efectos.
Uno se fue al campo y pasó la mañana viendo cómo las nubes se le echaban encima; otro intentó subir las escaleras de su casa y se le empezaron a aparecer cuadros, y a otro se lo encontraron en una escena muy quijotesca, abrazado a una higuera diciendo que estaba rodeado por un inexistente rebaño de ovejas. Tres más acabaron siendo atendidos en el centro de salud de la localidad.
Por lo visto, algunos eran perfectamente conscientes de lo que hacían cuando comieron la coca, y no era la primera vez que se abrían las puertas de la percepción con este mismo procedimiento. Lo que no entiendo muy bien es que la Guardia Civil haya decidido imputar a los dos máximos responsables de la maricoca: el anciano de 78 años que la preparó y el colega de 67 que le pasó la mandanga. Sin que ninguno de los afectados haya presentado denuncia, solo por “atentado a la salud pública”. De acuerdo, fueron unos imprudentes, ¿pero es de recibo perseguir con tanta saña a unos abueletes que solo intentaban acceder a otra realidad?

El País. 08/03/2014
http://elpais.com/elpais/2014/03/07/gente/1394208610_922454.html

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